Mamá y ambientalista imperfecta
“¿Mami, tú por qué eres diferente?”. Esa fue la pregunta que me hizo uno de mis hijos hace algunos años.
Ser diferente para él significaba llevar fundas de tela, rechazar las desechables, cargar siempre con un termo para agua y café, envolver los regalos de Navidad con periódico, usar cepillos de madera y demás.
Ser una ambientalista imperfecta, como me gusta llamarme con mucho énfasis en la palabra imperfecta, no es cómodo ni fácil; toca hacer cambios y dejar hábitos “prácticos” como el uso constante de desechables. Ser una ambientalista imperfecta siendo mamá es incluso más desafiante pero definitivamente comprometido.
Cuando mi hijo me dijo que era diferente lo sentí como un halago aunque supongo que para él era más bien una situación que lo ponía un poco incómodo y de vez en cuando avergonzado. Pero de eso se trata la acción ambiental individual: de incomodarse, de cuestionar, de no usar siempre lo mismo que los demás, tal vez dejar de comer carne unos días a la semana, buscar productos locales, sembrar un árbol, preguntar, educar, rechazar y así.
Como mamá hay oportunidades adicionales para “incomodarnos por el medioambiente”, cuando mi hijo mayor cumplió cuatro años pedí en la invitación que no trajeran el regalo envuelto y para el quinto cumpleaños de mi segundo hijo ya había dejado de comprar desechables, entregando un vaso reutilizable en el que cada niño ponía su nombre con marcador; de globos y decoraciones de espumafón ni hablar.
El ambientalismo imperfecto es autoanálisis constante, cuando le pongo un pañal a mi bebé me debato entre el pragmatismo del pañal desechable o el compromiso de uno reutilizable y me alegro de continuar con la lactancia porque no genera desechos al no necesitar envases.
Pero más allá de nuestro ambientalismo imperfecto o ausencia de él hay un desafío ecológico al que nos enfrentamos todos los padres hoy: el emocional. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, IPCC, en su último informe, confirmó que los fenómenos climáticos extremos actuales son consecuencia directa de las acciones humanas, esto tiene un peso psicológico enorme en las nuevas generaciones.
Una reciente encuesta dirigida a jóvenes en Inglaterra por la Universidad de Bath dio los siguientes resultados: el 83 % dijo que las personas fallaron en cuidar el planeta, tres cuartas partes de los chicos piensa que el futuro es aterrador, más de la mitad dice que cree que la humanidad está condenada, 53 % piensa que tendrá menos oportunidades que sus padres y el 39 % duda si tener hijos.
Al igual que los investigadores que publicaron este estudio en The Lancet, estas cifras me conmueven y me llevan a elevar mis compromisos ambientales por mí, por mis hijos, por los hijos de todos. Los invito a unirse y ser ambientalistas imperfectos con urgencia.