Lecciones peruanas para el Ecuador

jueves, 2 septiembre 2021 - 13:16
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    El gobierno ecuatoriano ha decidido priorizar la reducción de la desnutrición crónica, un propósito importantísimo ya que casi una tercera parte de los niños menores de dos años del país tiene retraso de crecimiento. Este es un indicador social clave para el desarrollo de un país que no solo determina la calidad de vida de esta generación, sino también de generaciones futuras. El retraso de crecimiento en los niños y niñas le cuesta al estado ecuatoriano un 4.3% del PIB anual según un estudio del Programa Mundial de Alimentos y la CEPAL.

    En el 2016, tuve el honor de ser la Representante del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas en el Perú, donde pude ver de cerca uno de los casos de éxito más importantes de los últimos años sobre este tema.

    El caso peruano puede servir de inspiración para una hoja de ruta ecuatoriana ya que en el 2005 la desnutrición crónica entre niños menores de cinco años en Perú alcanzaba el 28% (similar a los niveles ecuatorianos actuales) y hoy se encuentra en un 12%.

    ¿Cuál es la receta del éxito peruano? El Banco Mundial publicó un libro llamado “Dando la Talla” donde explica los tres ingredientes básicos que podrían servir de apoyo en Ecuador.

    Primero, hay que entender que esta es una problemática de largo plazo que no se resuelve en cuatro o cinco años y por lo tanto se necesita compromiso político sostenido a través de varios gobiernos, no solo del gobierno de turno. En el Perú, una coalición de organizaciones internacionales y nacionales —la Iniciativa contra la Desnutrición Infantil y la Mesa de Concertación de Lucha contra la Pobreza — contribuyeron a incluir la cuestión en la agenda durante las elecciones de 2006. Desde entonces, el tema ha sido parte de las prioridades nacionales.

    La movilización de la sociedad civil y la participación de gobiernos regionales y locales logró que el tema se convirtiera en una política de estado y que se establecieran metas ambiciosas y claras con un sistema de rendición de cuentas. Esto garantizó continuidad en la inversión pública y evitó que cada gobierno hiciera borrón y cuenta nueva.

    Segundo, se necesitan programas y políticas públicas basadas en evidencia y datos. Los recursos destinados a la lucha contra la desnutrición crónica se deben focalizar en las áreas más afectadas del país y en los grupos más vulnerables ya que esta problemática es un tema de inequidades estructurales.

    Se trata de un problema de salud pública que solo se puede combatir mediante la articulación de al menos tres sectores – salud, asistencia social y educación – que necesitan incentivos claros para trabajar de la mano. En Perú, el Ministerio de Finanzas jugó un papel clave en la articulación multisectorial, asignando presupuesto basado en resultados que cada sector tenía que lograr en colaboración con los otros. Así, se logró el aumento al acceso a programas de control de crecimiento, mejoras en los servicios de salud, saneamiento y vivienda, y a una ampliación del programa de transferencias monetarias condicionadas donde las familias más pobres recibían ayuda en efectivo a cambio de participar mensualmente en controles de salud de los niños y niñas.

    Y, por último, ninguna inversión funciona sin la participación y el involucramiento de las madres y los padres en cada hogar. En Perú, se desarrolló una amplia campaña de difusión y concientización respecto de los impactos devastadores de la desnutrición crónica. A medida que un mayor número de madres se reunía con más regularidad con médicos, enfermeras y nutricionistas en las clínicas, sus hábitos comenzaron a cambiar y, junto con ellos, la salud de millones de niños peruanos. Lo que anteriormente constituía un “problema invisible” para la mayoría de los padres y las autoridades encargadas de formular las políticas, se volvió visible y las cosas empezaron a cambiar.

    En el Ecuador no hay tiempo que perder. Quedan apenas nueve años para que se cumpla el plazo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el 2030. Nueve años es lo que necesitó el Perú para reducir a la mitad el número de niños desnutridos. No hay razón por la cual el Ecuador no pueda lograr esto y mucho más si se lo propone ahora.

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