Las lecciones de Colombia
El ocaso de abril se recordará como uno de los períodos de mayor violencia en la historia reciente de Colombia. Una reforma tributaria encendió los ánimos de la ciudadanía y desencadenó manifestaciones reprimidas con brutalidad por la fuerza pública.
Aunque aún es muy temprano para sacar conclusiones sobre lo que pasó, hay tres lecciones que nuestro vecino nos ha dado. El primero: gobernar es comunicar.
La reforma tributaria en Colombia era, en gran medida, positiva, realista y necesaria. Se volcaba a ampliar la masa de impuestos para subsidiar los programas sociales y sostener el buen récord del país ante la banca internacional.
Las fallas en la comunicación aniquilaron el espíritu, en ultimas, positivo de incrementar los impuestos para sostener la economía a futuro.
El presidente Duque apareció como un hombre insensible y desconectado de la realidad nacional que era capaz de colocarle IVA desde los huevos del desayuno hasta los gastos funerarios. Como nada se comunicó, nada se entendió y ardieron las calles, así de simple y trágico.
La segunda lección que nos deja Colombia es una sensación de que el confinamiento y este período prolongado de imprevisión y letanía, coloca una enorme presión en nuestras emociones y en nuestra estabilidad mental con capacidad de generar una explosión social, antes improbable.
Por último, Colombia dio testimonio de que el coraje de la ciudadanía no es aplacado por el miedo de la pandemia. Había, desde luego, un dilema de dimensiones éticas: protestar y tumbar una reforma tributaria abusiva o quedarse en casa y minimizar el riesgo de contagios, o sea, minimizar el riesgo de la muerte.
Al final, la reforma tributaria se retiró, el Ministro de Haciendo renunció y hoy Colombia vive un período de inestabilidad política que, ojalá, no rompa la tradición de estabilidad democrática más larga en la historia de Sudamérica, pues, entonces, las lecciones se volverían tragedia.